El lamento del hombre

0

el lamento del hombre

Desde el principio de su historia en la tierra, el hombre ha lamentado lo corto de su estadía  aquí. El patriarca Job le compare a una flor que sale hermosa, fresca y delicada, para tan pronto marchitarse, o como una sombra que se ve solo par un momento. No puede haber ninguna excepción a esta regla. Nadie se imagina no tener que morir; es un decreto  ciertísimo, y no se puede evitar. A pesar de toda la lucha que ha habido contra la enfermedad y la muerte, en todo case se pierde la batalla. Que el hombre muera, es un dicho verídico.

En el libro de Job el hombre es comparado al árbol. Como el hombre, se corta el árbol y se descompone. Su bella forma tan graciosa ya no embellece el paisaje. Su sombra ya no da consuelo al cansado, su fruto ya no satisface al hambriento. Ha caído. Se ha ido. Pero, ¡he allí está un retoño! Y del tronco sale el viejo árbol en forma nueva. Ha vuelto a saludar a la tierra
en traje nuevo y más fresco.

¿Y el hombre? ¿Qué en cuanto él? ¿Vuelve a vivir aquí? La revelación divina, la Santa Biblia, no imparte tal idea. El hombre sale de aquí para no volver jamás. No hay tal cosa como la reencarnación el que muere deja la tierra para siempre. El lugar que antes ocupaba ya queda vacío. Él se ha ido, ella se ha ido, para no regresar.
¿Habrá dejado de existir? Ha sido cortado de la tierra, es verdad, pero aún existe. ¿Y dónde está? La pregunta de Job se repite en millones de corazones: “¿Dónde estará él?” Sin duda está en alguna parte, ¿pero dónde?
Dios ha revelado que en el más allá no hay sino dos lugares. Job sabía que iba a un lugar de esperanza con su Redentor, y tuvo conocimiento a la vez de un puesto de juicio y condenación.

Todos los hombres han pecado contra Dios, y Job bien sabía que Él no pasaba por alto el pecado, sino que lo tenía contado contra él para juicio. Dios odia el pecado y sin duda lo va a castigar con fuego eterno. Pero, ¿odia al pecador? De ninguna manera. Dice Job: “Aficionado a la obra de tus manos, llamarás, y yo te responderé”. Existen pruebas suficientes de esa actitud amorosa en el corazón de Dios. Podía haber arrojado contra el hombre su justo juicio, y tú y yo habríamos sufrido eternamente por nuestra iniquidad. Pero su afición, su amor, le hizo buscar y proveer un Redentor y una redención por los perdidos.

Dios mandó a su Hijo amado. Los hombres habían quebrantado su santa ley, y por eso habían perdido todo derecho a la felicidad eterna, trayendo sobre sí una maldición eterna. Estábamos bajo esa maldición. No podíamos hacer nada para quitarla. Nos hundíamos más y más en el lodo de nuestro pecado, pero el bendito Hijo de Dios tomó para sí esa maldición.
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Sufrió cual Justo por nosotros los injustos. Él resucitó en triunfo, para proclamar a todos una salvación gratis.

Yo cuento con esa posesión desde el momento en que lo recibí como regalo. Pasé de la muerte a la vida. Fuí salvo. Cierto que moriré, si primero no viene el Señor Jesús a llamarme.
Pero en un momento iré para estar con Cristo. Muchísimos gozan de esta misma confianza, que le da la Palabra de Dios. No es por ser mejores que los demás, sino porque han puesto su fe en la obra redentora de Cristo. Han sido lavados en su preciosísima sangre.

Amigo, ¿al morir a dónde irás? Puede ser que morirás de repente. ¿Sería para pasar enseguida a la gloria, o a la condenación? Sé sabio. Prepárate para venir al encuentro de tu Dios.

También podría gustarte Más del autor

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.